Os propongo un plan para el próximo sábado…..
En Carbellino de Sayago, el día 25 del presente mes, va a llevarse a cabo una bonita actividad en homenaje a las cantareras de esta localidad. Un merecido homenaje a estas mujeres que igual se ocupaban de atender al ganado como de labrar los campos, criar a los hijos, atender su casa, y un largo etc. más; vamos unas auténticas heroínas.
El acto va a consistir en primer lugar en la limpieza de los hornos, con la colaboración de los amigos de la Asociación “El Cigüeñal”, y después en la inauguración de la exposición “Del cántaro a la Barrila. La alfarería de Carbellino de Sayago”, con cacharros que aportan los familiares de las alfareras o vecinos del pueblo, y con información de la cerámica del pueblo y comparación con las de Pereruela y Moveros. Después Teresa Ballestero, de 87 años urdirá y levantará una pieza alfarera en el local sociocultural, al modo tradicional, con torno de cruces (casi sin movimiento giratorio), por el sistema de urdido (rollo pegados unos sobre otros y alisados con la cuchilla y la cuera)
Ya Luís Cortés Vázquez nos habla del oficio de estas mujeres en su artículo “Las alfarerías femeninas”. En él nos cuenta como era el trabajo de estas mujeres en los diferentes centros alfareros de nuestra provincia.
En Carbellino hubo, al menos, cuatro hornos altos de tiro vertical, de los que quedan dos en el barrio del Humilladero, donde vivían varias familias dedicadas al oficio alfarero, hasta finales del siglo XX.
Los hornos eran de uso comunitario y de propiedad privada, por lo que había que pagar al dueño por cocer en ellos.
Carbellino de Sayago. Rueda |
El proceso de cocción comenzaba con el “encañado” o colocación de las piezas en la cámara superior, situando, boca abajo, primero las de mayor tamaño, como las tinajas, para acabar poniendo arriba lo menudo, cubriendo todos con tejones o fragmentos de cacharros. El hornero, casi siempre un varón, empezaba a “templar”, alimentando el hogar con la “hornija” (pajas, tomillitos, leña fina, etc.), acelerando luego la combustión y la temperatura con piornos, durando el proceso de 6 a 8 horas. Al final de la cochura se echaban al horno unos puñados de sal gorda.
El enfriamiento no debía ser brusco, procediendo el hornero a retrasar la alimentación para conseguir bajar, lentamente, la temperatura. Un día después de apagado el horno, se “desencañaba”, es decir, se retiraban las 250 piezas alfareras, de las cuales bastantes se rompían (“taqueaban”) durante el proceso. Se solía cocer de noche y unas seis veces por horno y año.
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