Por Biblioteca del Museo Etnográfico
de Castilla y León
«Al
lado de la tienda de lanas hay un anticuario. En este momento tienen una cuna
en el escaparate. Si tuviera la mía, la vendería. Una vez entré y pregunté el
precio de una banqueta de ordeñar. Adivina por cuanto la venden. Si cuestan
tanto, les dije ¿Cuánto valgo yo? Me podrían vender parte por parte. Podrían
pedir diez mil francos por una mano ordeñadora. Podrían pedir cincuenta mil por
un brazo ¿Cuánto podrían sacarle, les pregunté, al trasero de una verdadera
campesina?»
(John
Berger. Puerca tierra)
El pasado
lunes, 15 de octubre, se celebró el Día Internacional de las Mujeres Rurales. En fin, un
día más de estos que sitúan en el calendario las Naciones Unidas y que, más
allá de ser un filón extraordinario para los editores de los telediarios que
dedican unos minutillos al tema, no
valen absolutamente para nada… Al día siguiente se conmemora otra cosa y van
quedando en el olvido unos días sobre otros.
Por
desgracia, quizás dentro de poco tiempo, más que conmemorar el día de la mujer
rural haya que recordarlo como un hecho del pasado. Nuestras abuelas se van
marchando hacia “otros mundos” y los pueblos y aldeas se van vaciando a la par
que aumenta el número de esquelas en el periódico local. Los núcleos rurales van quedando vacíos…
Tradicionalmente
la mujer rural, además de las labores del hogar y la crianza de los hijos, llevaba
- y aún lleva - casi la totalidad de las labores de cultivo, la siembra,
el cuidado de los animales domésticos y ya metidos en el invierno, tareas de
hilado, desgranado del maíz y un sinfín de tareas más.
Precisamente
esos inviernos pasados en la cocina al calor de la lumbre han sido nuestra
memoria popular y han construido nuestros recuerdos de la infancia. Hilandares,
filandones, hilorios, veladas, seranos, jilas o fiadas han sido la cadena de
transmisión del patrimonio oral.
Rosario, 88 años. Prelo (Boal, Asturias). 1997. Foto: Mariola Carbajal. |
Me pregunto
cuantas familias apostarán hoy por vivir
en un pueblo… Cuántas mujeres podrán seguir hilando su destino en la cocina de
una pequeña aldea.
Es difícil,
casi no hay opciones. Se cierran consultorios médicos en los pueblos, se da
cerrojazo a muchas escuelas rurales e incluso se incomunica a su población
suprimiendo líneas de autobuses…
¿Por qué no
son nuestras abuelas Patrimonio de la Humanidad? ¿Por qué no se invierte en
conservar un estilo de vida como un hecho cultural y patrimonial? ¿Por qué las
tijeras recortan hasta el último hilo de nuestros recuerdos?
No hay comentarios:
Publicar un comentario